Publicado por Nueva Tribuna el 24 de abril de 2021
Hace un tiempo que escuché el testimonio de un huérfano padre y madre durante la Guerra Civil español. Había sido un niño nacido en medio de la contienda y que desde la muerte de sus progenitores fue acogido por su abuela, quien nunca le quiso contar la verdad de lo que les había ocurrido, por miedo y preocupación, para salvaguardar la vida de su nieto y la suya propia. La abuela, su única familia, no podía arriesgarse a que la contase y que, debido a ello, pudieran ser perseguidos por las nuevas fuerzas vivas del franquismo. Por ese motivo, el pequeño se convirtió en un joven que ignoraba su pasado.
Aquel niño, desconocedor, como muchos de aquella generación, de lo sucedido y nacido en ese periodo de violencia, pasó de jugar a ser soldado con armas de juguete a afiliarse a Falange y portar pistolas de verdad. Desfilaba por el pueblo junto con otros afiliados del Frente de Juventudes, ataviados con su camisa azul, provocando el terror de sus vecinos. Me imagino que sería una forma de diversión y una forma de realzar su masculinidad, en un periodo fundamental en su crecimiento vital y en una sociedad patriarcal –y que promocionaba el machismo–. Querría, como sus compañeros, demostrar su virilidad, una palabra muy en boga durante la posguerra.
Sin embargo, un día, recordaba en la entrevista con la voz entrecortada, un tendero que había sido amigo de su padre lo agarró del hombro cuando lo vio pasear uniformado de falangista delante de su establecimiento. Cerró la puerta, para que nadie los escuchase, y le contó algo que le heló la sangre, unas palabras que nunca olvidaría y que repitió de memoria, como si estuviese sucediendo mientras lo entrevistaba: “¿Sabes quién fue tu padre?”. Aquel muchacho que presumía de valentía, súbitamente temeroso al comprobar el profundo enfado del dueño de la tienda, se limitó a escuchar. El hombre le contó que su padre había sido un alto dirigente político de la localidad que había luchado por los derechos de los trabajadores. Con rabia y lágrimas en los ojos al recordar a su compañero muerto, siguió hablando y le explicó cómo fallecieron sus padres: asesinados por los mismos que lucían una camisa como la que él vestía. El chico se fue sin decir nada, impactado por la noticia, y a continuación le exigió a su abuela que le contase la verdad. Ella se derrumbó y le relató el asesinato de sus padres. Acto seguido, tiró su uniforme de Falange, se alejó de aquella pandilla de “amigos” y cambió su manera de pensar. Conocer la historia de su familia lo convirtió en un antifranquista convencido y cambió por completo su cosmovisión.
Esta historia puede trasladarse a lo que le sucede actualmente a la democracia española y, por extensión, a gran parte de la sociedad. Como conjunto, desconocemos nuestro pasado y, por eso, algunos partidos políticos como VOX y el Partido Popular utilizan de manera torticera ese lenguaje guerracivilista. Que una organización política escoja un eslogan tan simple como Libertad o comunismo, más propio de la década de los años treinta, debería avergonzarnos a todos los ciudadanos del Estado. Retirar los honores y estatuas a Largo Caballero y a Indalecio Prieto bajo argumentos partidistas y alejados de la historia (les recomiendo la biografía de Largo Caballero de Julio Aróstegui) debería ruborizarnos. No aprobar medidas de ayuda al pequeño comercio, a la hostelería y a los autónomos, pero mantener los bares abiertos en medio de la mayor crisis sanitaria, social y política que ha vivido la sociedad contemporánea es simplemente un insulto. Usar a las víctimas de ETA o a las víctimas de COVID es simplemente repugnante. Emplear la xenofobia y la mentira como arma política, es vomitivo. No sé si VOX y el Partido Popular conocen o no la nuestra historia, pero lo que está claro es que están manipulando a la sociedad para que, como el protagonista del relato narrado, usemos el mismo uniforme que nuestros verdugos sin nosotros, como sociedad, saberlo.
La derecha española, si quiere ser moderna, debe abandonar esa forma de hacer política para que exista un diálogo en el que no se plantee la política como una dicotomía entre buenos y malos, y aceptar que todas las propuestas pueden ser válidas, respetadas y debatidas
La propaganda que se está empleando en la campaña electoral de Madrid, y que también se puso en marcha en Cataluña, Galicia y en las elecciones generales, es idéntica a la del Bloque Nacional en la campaña electoral de los comicios de febrero de 1936 y con la que continuaron en la guerra civil. Lo que pretende la derecha es restar legitimidad al rival (que nunca debe ser enemigo) político, tachándolo de comunista, afirmando que están en contra de la libertad, de la democracia y de la Constitución o que apoyan la violencia. Vuelve, de algún modo, el discurso básico de los “buenos” contra los “malos”, de la “libertad” contra la “opresión”, de la “España contra la antiEspaña”. Con estas técnicas, propias de la década de los años treinta y cuarenta del siglo XX, buscan sancionar cualquier tipo de propuesta que proceda del resto de partidos. El PSOE, Más Madrid, Podemos, PACMA o, incluso, Ciudadanos están fuera del marco que calificarían como “bueno”, “deseable” o “legítimo” que ellos han establecido y aseguran representar. Todo lo que está fuera de este constructo imaginario está despreciado de origen y es dañino para la sociedad, según su argumentario. Es nefasto, un error y muy peligroso recaer en este tipo de confrontación, no solo porque estamos en medio de la mayor crisis que ha vivido nuestra generación, sino porque nunca se debe hacer política de ese modo.
¿Por qué sucede esto? Porque los partidos de derecha, parece, que no conocen la historia de España. Alguien debe quitarles esa venda imaginaria para que se den cuenta de que pueden defender ideas conservadoras o liberales, pero desde el respeto demócratico. Estar al tanto del pasado les servirá para hacer una política electoral diferente, con ánimo de proponer acciones en favor de la ciudadanía, y no la que algunos califican de trumpista. Al contrario que muchos analistas políticos, como historiador no le doy tanta importancia al tipo de política desplegada por el republicano Donald Trump y su paso por el Gobierno estadounidense. No inventó nada. Su política propagandística fue la misma del fascismo en los años veinte, treinta y cuarenta del siglo XX y que, en aquel tiempo, tan buen resultado arrojó. Todo lo que no estaba dentro de sus marcos de pensamiento no solo estaba equivocado, sino que atacaba directamente los intereses de la nación o de los ciudadanos.
La derecha española, si quiere ser moderna, debe abandonar esa forma de hacer política para que exista un diálogo en el que no se plantee la política como una dicotomía entre buenos y malos, y aceptar que todas las propuestas pueden ser válidas, respetadas y debatidas. Las de la Sra. Ayuso son tan lícitas como las del Sr. Iglesias o las de la Sra. García: es la ciudadanía la que debe elegir libremente qué modelo quiere para su comunidad autónoma. Sin embargo, en la política de comunicación del PP, el Gobierno del Estado, el Sr. Gabilondo, la Sra. García y el Sr. Iglesias son en sí mismos considerados como un ataque en potencia y un posible desastre para Madrid y para eso que tanto y tan mal invocan, que es España.
La derecha española creció en democracia, como el joven de la historia, sin (querer) saber su pasado. Deben saber toda la historia para perfilar una política útil para el ciudadano, para informar sobre los diferentes puntos de vista y para que todos se respeten entre sí. Es lo que necesita el país para fortalecerse. Muchas veces no hacen falta grandes reformas institucionales, sino cambios en la manera de hacer política. Así se podrá crear una cultura democrática de respeto. En pleno siglo XXI no debería hacer falta decir que hay que ser antifascista. Ser demócrata es suficiente, en su definición están también incluidos todos los “anti” demócratas (incluido, por supuesto el “antifascismo”), pero, sobre todo, las palabras respeto y libertad con su verdadero significado, no uno manipulado.