Publicado por Cuarto Poder el 16 de febrero de 2021
- El precio del circo político es peligroso: el desprestigio del poder legislativo, que es uno de los pilares fundamentales en los que se sustenta la democracia
- La imagen de esas dos Españas condenadas a enfrentarse es solo una construcción de las élites políticas
- La Guerra Civil española dio fuerza a esta interpretación que venía realizando una parte de la élite intelectual desde la crisis del 98
Este conocido poema de Antonio Machado, musicado por Sabina para el programa Si yo fuera presidente, parece condenado cobrar vigencia cada cierto tiempo. Refleja la reducción a la mínima expresión de todo lo que compone el país, dos Españas condenadas a enfrentarse por sus distintas concepciones del Estado. Es como si la Mater dolorosa, descrita por el historiador Álvarez Junco, no solo hubiera existido, sino que continuara imperturbable y sin visos de cambio. Pero ¿Es cierto esta realidad que reflejan cada día los medios de comunicación extraído de la actualidad política? No lo creo.
Nos encontramos ante la mayor crisis sanitaria y económica desde la posguerra y, en vez de contemplar cómo se llega a un acuerdo, asistimos atónitos a sesiones parlamentarias que se asemejan sin rubor a una especie de parvulario, que avergüenza más que ayuda. El precio de este circo es peligroso: el desprestigio del poder legislativo, que es uno de los pilares fundamentales en los que se sustenta la democracia. Así que, “españolito”, “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, porque quienes deberían detentar la responsabilidad social y política son quienes primero la están dinamitando. Las élites políticas (no podemos olvidarnos de las económicas o del papel ambiguo que juega Europa) son claves en el asedio que está sufriendo a la democracia. Los partidos políticos y, algunos medios de comunicación, no pueden seguir desprestigiando la democracia, porque es la puerta de entrada de populismo ultranacionalista como el que abanderó Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil u Viktor Orban en Hungría y, en España, Vox. Por lo tanto, lo que nos estamos jugando es mucho.
Realmente, ¿Tiene razón Machado? ¿Tienen vigencia sus versos de las dos Españas en la actualidad? El Parlamento juega a la ruleta rusa cada vez que se reúnen. Pero no se puede caer en la, ya manida, frase de que “todos/as son iguales”. En este caso, hay que señalar que al contrario que en otros países de nuestro entorno, los partidos de la oposición, el Partido Popular, Ciudadanos y Vox, no han estado a la altura de las circunstancias. Algo que parece que perdurará el tiempo que continúe la coalición de gobierno. No digo que no haya un escrutinio escrupuloso del trabajo y declaraciones que realice el Ejecutivo, pero debe exigirse el nivel esperado a un servidor público. No se puede permitir que partidos de la oposición se apropien de todo aquello que tienen a su disposición como arma arrojadiza. Me refiero de los símbolos del Estado, pues se manifiestan sin rubor ondeando banderas de España como único argumento político. El uso del lenguaje belicista, con calificativos de ilegítimo y socialcomunista, es insultante para todos aquellos que los han votado y piensan de otra forma a la defendida por la oposición.
Por un momento, es difícil creer en un mundo que en el que la dicotomía no sea un hecho. Se acercan las elecciones catalanas y la poralización se convierte en más acuciante. Se divide a la sociedad en independistas y no independentistas. Pero, ¿está así de dividida la sociedad? Necesitamos otra forma de hacer política, pues es el único camino para solucionar nuestros problemas. Pero una política sensible con lo diferente, empática y no belicista. ¿Es mucho pedir? Pienso que no, porque la sociedad no tiene esa forma de pensamiento tan estanco. Por lo menos, me niego a pensar que así sea. Necesitamos un dialogo serio, responsable, honesta y sin mentiras y porque requerimos soluciones valientes a problemas complejos. Necesitamos una convivencia en la que se defienda la diferencia como un valor cultural en sí mismo y que algunos partidos políticos –PP, Cs y Vox– lo ven como un problema y no como el patrimonio inmaterial que supone. Sería interesante que un extremeño pudiese aprender, por ejemplo, gallego, con toda la riqueza cultural que vine aparejado ese idioma.
Creo en los matices, en las personas y políticos que desde la serenidad quieren una convivencia distinta, sin banderas. Más en tiempos de crisis. A mí me emociona L’estaca y lloro con el que Que tinguem sort, de Lluis Llach; me encanta Mediterráneo de Serrat por muy del Atlántico que me sienta; disfruto con Antonio Gaudí, pasear por Barcelona, conocer sus calles y arquitectura; adoro Donosti, Gazteiz y Bilbo, y por supuesto, me encanta su gastronomía, su gente, su fiesta de la Virgen Blanca o su silenciado rock y punk de la transición; me hipnotizan Machado y Lorca, este último, el más andaluz y universal de los poetas del sur de la península. Su Paco de Lucía, su Raimundo Amador, Lola Flores, nuestro Camarón de la Isla. También Luis García Montero, Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina, Benjamín Prado, Aurora Luque, funambulistas de palabras en Madrid. De Manila, nunca vienen cosas malas y aterrizó un Luis Eduardo Aute que convertía en arte todo lo que tocaba. O Sabina, que pone poesía a la música, y música a la vida, trovador, como lo fue el magnífico Luis Cernuda, de Madrid. Al igual que Javier Krahe, un maestro de la métrica que recorrió el Madrid más canalla, el Madrid más interesante. O la siempre maravillosa Cristina Rosenvinge. La prosa y la poética de Ana Merino o Carmen Mola. La defensa, con una exquisita calidad literaria, del necesario feminismo de Nuria Varela, Lucía Mbomio, Marta Sanz, o Desirée Bela-Lobedde. En las Castillas disfruté al ver su Historia en primera persona, con tantas joyas Patrimonio de la Humanidad que a todos nos deberían orgullecer. Me encantan Uviéu, Xixón, su Tratado de Urbanismo de Ángel González, su sidra, su fabada, sus carbayones, su gente, su alegría, pero también su parte más siniestra de la voz de un tal Nacho Vega. Por supuesto, mi Galicia, el precioso gallego de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, Rosalía de Castro, Manuel Rivas, Blanco Amor, Su longa noite de pedra, o su castellano con influencias gallegas de Valle Inclán o Pardo Bazón. La música más tradicional de Fuxan os Ventos o la más pop con pequeños matices que vienen de Sudamérica de la mano de Xoel López, esa Sudamérica tan llena de gallegos que, con su bandoleón, cantaron juntos tantas milongas llenas de morriña. Sin olvidar las reivindicaciones del colectivo LGTBI, que están calando en la sociedad, como en la proliferación de murales que reivindican a mujeres que fueron fundamentales en el desarrollo humano.
Entender la diferencia, pero, sobre todo, convivir con ella como si fuese un regalo, es lo que creo que una gran mayoría de las personas quiere y necesita. Ese españolito – galleguito, vasquito, catalanito– no tiene que ver esas dos Españas, porque la imagen de esas dos Españas condenadas a enfrentarse es solo una construcción de las élites políticas.
La Guerra Civil española dio fuerza a esta interpretación que venía realizando una parte de la élite intelectual desde la crisis del 98. Pero a pesar de los enfrentamientos políticos que existieron a lo largo del primer tercio del siglo XX, fue el golpe de Estado el que rompió las reglas sociales que se habían tejido en el pasado y obligó a la ciudadanía a formar parte de uno u otro bando. Hasta ese momento, los problemas sociales eran similares a los de cualquier otra democracia liberal. Fue la propaganda y el discurso público del franquismo y del antifranquismo los que contribuyeron esa simplificación del pasado.
No todos eran fascistas o comunistas. También había republicanos de centro, de izquierda, de derechas, anarquistas, comunistas del PCE y de POUM, socialistas, monárquicos, nacionalistas catalanes, vascos, gallegos y andaluces, católicos conservadores favorables a la República y contrarios a ella, tradicionalistas, derechistas más y menos radicalizados, también, pocos, falangistas y, sobre todo, algo que no se tiene en cuenta, apolíticos e individuos que tenían una identidad voluble y cambiante. Nada diferente de lo que ocurre ahora. Despoliticemos, en el sentido partidista de la palabra, las relaciones sociales, y dejemos que esta actúe bajo su propia voluntad y puedan tejerse otra vez de manera autónoma, redes de solidaridad, asociaciones, grupos de presión política, que sean heterogéneas en su ideología. Sino, estaremos en una constante lucha entre izquierda y derecha que no tiene un verdadero reflejo social, ni tampoco visos de que pueda ponerse fin.
Reivindico un Estado moderno, empático, plural y en el que nos sintamos orgullosos de las diferencias. Solo si tomamos ese camino, el gran Machado dejará de una vez por todas de tener razón. Tenemos como sociedad importante retos para demostrarlo, estemos a la altura e imploremos a los representantes políticos que no soportan la diferencia qué de una vez por todas, ya no digo que la aprecien como hacemos muchos, sino que al menos la respeten. Al fin y al cabo, son décadas, modificando los versos de Machado, en las que “ya hay muchos ciudadanos que quiere vivir” en un Estado diferente.