La educación obligatoria y no obligatoria ha sido, nunca mejor dicho, la asignatura pendiente del Estado español. Estamos a la cola de todos los rankings internacionales sobre educación. Según World Economic Forum, en 2017 el sistema educativo español ocupaba el puesto 38 de 137, quedando por detrás de Indonesia, Brunei, Costa Rica o Líbano. Que quede claro que este tipo de rankings solo sin indicadores, no miden la calidad educativa real. En cierto modo, estoy en contra de ellos, sin embargo, hasta que salga un nuevo modelo para poder medir algo tan subjetivo como el nivel educativo, es lo que nos permite conocer la tendencia existente y los datos que muestran son preocupantes.
No es de extrañar, con unos políticos que están más preocupados en aplicar su propia ley educativa que en mejorar la misma, dotándola de más fondos, financiando la escuela pública, incrementando las becas o creando más plazas de profesorado, pues la ratio actual de alumno por profesor es inadmisible. La LOECE en 1980, la LODE en 1985, la LOGSE en 1990, la LOPEG en 1995, la LOCE en el 2002, la LOE en 2006, la LOMCE en 2013 y la LOMLOE en 2020. No es una sopa de letras, sino, las 8 leyes educativas aprobadas desde la muerte del dictador. Todas se aprobaron por el Parlamento, pero ninguna tuvo la unanimidad suficiente como para que perdurase en el tiempo. Si os fijáis en las fechas no hay que ser muy listo para adivinar que gobierno aprobó que ley. Creo que sin una base jurídica y, especialmente, sin una correcta financiación de la enseñanza pública, va a ser muy difícil que se reviertan la situación. Seguiremos a la cola de esos rankings, que por muchas críticas que merezcan, no dejan de indicar una tendencia preocupante.
Soy de los que preferiría tener un premio nobel a un mundial de fútbol. Preferiría invertir en escuelas y universidades y no traer un mundial. Me tacharéis de demagogo, y quizá tengáis razón, pero me preocupa que haya en este estado más protestas por cuestiones futbolísticas que por la educación, salvando la marea verde que está haciendo un trabajo de concienciación digno de admirar.
Hoy hablaré sobre este tema pero centrado en la asignatura de la Historia. El pasado se trasmite a la sociedad de 3 formas: la educación, los libros (principalmente divulgativos) y los llamados lugares de memoria. Por lo tanto, una correcta educación de la Historia es fundamental para que no se repitan algunos clichés sobre nuestro pasado que, muchos historiadores e historiadoras, hace tiempo que han desmitificado. Sin embargo, continúan presentes y como las malas hierbas son muy complicadas de eliminar.
Pero, no podemos culpar solo a los políticos, eso si que sería demagógico, también los que hacemos historia tenemos nuestro grano, sino maizal, de responsabilidad. El hilo conductor entre investigación-divulgación y educación está roto. No existe, con honrosas excepciones (como la de mis dos invitados de hoy) que investiguen, divulguen y eduquen. Es cierto, que no todos podemos hacer todo, eso se lo dejo a profesionales como Carlos Gil o Sergio Riesco, con quien hablaré hoy. Pero si que deberíamos estar más conectados.
Me entristece ir a un congreso de historiadores e historiadoras, y escuchar las críticas sobre ¿por qué no nos escucha la sociedad civil? ¿por qué no leen nuestros libros? Me tengo que morder la lengua porque soy un outsiders y a nosotros no se nos permite hablar, pero la respuesta es evidente: porque somos un coñazo. El mundo de la universidad, principalmente, lleva mirándose el ombligo demasiado tiempo y dejó que periodistas, polemistas y todólogos, se encargasen de la divulgación. Es más, los historiadores/as que se dedican a ella, suelen ser bastante criticados.
Pero como he dicho, no todos podemos dedicarnos a todo, pero si que debería existir una mayor interconexión entre lo que se investiga y lo que se enseña. Por lo menos, no mirar por encima del hombro al profesor de secundaria, ni que ellos no lean las novedades que surgen. Espero que al próximo congreso que vaya, en una mesa esté algún profesor de secundaria para que nos cuente su experiencia, las limitaciones impuestas por currículos escolares que permiten poca o ninguna novedad y, para mi, algo muy importante, conocer los intereses del alumnado. A lo mejor lo que investigamos no interesa. A lo mejor, es la forma en la que se explica. O quizá el sistema económico y político en el que vivimos está ahogando la crítica, la duda y la lectura sosegada, más allá de los caracteres que tiene un tuit.
Por eso, ¿Cómo se imparte la asignatura de Historia en los institutos? ¿Qué intereses tienen los alumnos? ¿Qué relación hay entre investigación y profesorado de instituto? ¿Cómo que va a traer de nuevo la nueva ley al campo de la Historia y de las humanidades? Y, para finalizar una pregunta muy pesimista, ¿están muertas las ciencias humanas?
Sobre estos temas hablaremos con dos expertos: Carlos Gil Andrés y Sergio Riesco Roche.
Carlos Gil Andrés (Logroño, 1968) es profesor de historia en el IES Rey Don García de Nájera (La Rioja). Ha publicado, entre otros trabajos, Echarse a la calle. Amotinados, huelguistas y revolucionarios. La Rioja, 1890-1936 (Zaragoza, Prensas Universitarias, 2000); La República en la plaza: los sucesos de Arnedo de 1932 (Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2002); Lejos del frente. La guerra civil en la Rioja Alta (Barcelona, Crítica, 2006); Historia de España en el Siglo XX y Breve historia de España en el siglo XX (Barcelona, Ariel, 2009 y 2012), junto a Julián Casanova; Piedralén. Historia de un campesino. De Cuba a la Guerra Civil (Madrid, Marcial Pons, 2010); y 50 cosas que hay que saber sobre Historia de España (Barcelona, Ariel, 2013).
Sergio Riesco Roche, se ha formado en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid, donde cursó estudios de licenciatura y doctorado, y donde ha sido colaborador honorífico. Becario predoctoral de la Junta de Castilla y León y de la UNED para un estudio sobre la Justicia y el control social durante el franquismo, pasó a formar parte del Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria en 1996. Desde entonces y hasta 2007 desempeñó su labor docente en Institutos de la provincia de Cáceres. Desde 2010 es profesor de Historia en el I.E.S. de La Cabrera (Madrid). Ha sido profesor asociado de Historia Económica en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid (2008/2010 y 2014/2018) y colaborador de la editorial educativa Vicens Vives durante la última década. Además, es miembro del Instituto de Estudios “Laureano Figuerola” de Historia Económica e Instituciones de la Universidad Carlos III y socio cofundador del Grupo de Estudios sobre la Historia Contemporánea de Extremadura (GEHCEX). Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid, con una tesis doctoral titulada “La lucha por la tierra: reformismo agrario y cuestión yuntera en la provincia de Cáceres (1907-1940)” y Especialista Universitario en Ciencia, Tecnología y Sociedad: perspectivas sociológicas, por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología (UNED). También ha sido becario de investigación del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo” a fin de profundizar en el conocimiento de la emigración castellano-leonesa al exterior durante la época contemporánea e investigador colaborador en la Cátedra de Memoria Histórica del siglo XX (UCM) bajo la dirección de Julio Aróstegui. En la actualidad sus principales centros de interés son las reformas agrarias en la Europa meridional, la construcción de un nuevo relato sobre la Guerra Civil, la difusión didáctica de las políticas públicas de memoria y el trabajo forzado en el contexto de los regímenes dictatoriales.